¡Vienen los rusos!

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Seminario, Universidad Central,
Facultad de Ciencias Económicas y Adminstrativas

Los rusos, la adolescencia,
y la máquina de escribir

Santiago, Chile, enero 2003 Vladimir Huber

«¡Vienen los rusos!» (The Russians are coming), era el título de una película norteamericana en blanco y negro de los años ’50, en la que de forma jocosa se mostraba a ineptos rusos e infantiles ciudadanos estadounidenses estar en constante desconfianza entre sí. Ambos quedaban mal parados en cuanto a la paranoia compartida —que algunos consideraban justificada— de esos años.

Esta vez, el panorama es similar, pero los que vienen son los estadounidenses, europeos, coreanos, y demás ciudadanos de países de sólidas economías y diversas culturas. Y a donde vienen es a Chile, nuestro querido terruño que está aún rascándose la cabeza para entender lo que en realidad preferimos postergar. Estamos integrándonos, como miembros igualitarios, a un mundo de alta tecnología y desarrollo económico, así como a otra visión de lo que son las relaciones personales, laborales, sociales, religiosas, gastronómicas, deportivas, y otras.

Si es algo que no queremos visualizar, ya que el hacerlo significaría llevar a cabo demasiados cambios en nuestra realidad personal y colectiva, entonces, ¿por qué nos metimos en este enjambre? Por una sencilla razón, porque uno llega a la edad en que pasa de la adolescencia a la adultez, ya que el aspecto biológico así lo determina a través de una serie de señales, y el factor más claro es la edad. Y esto, sencillamente, no se puede evitar. Además de que Chile llegó a esa edad por razones físicas —como son los aspectos educacionales y económicos, los que se pueden medir en estadísticas concretas—, hay otro factor que no es tan fácil medir y para el que tampoco es tan fácil prepararse, y es el aspecto cultural, que estaría encasillado dentro de lo que algunos llaman capital humano.

Aquí la cosa se complica, ya que toda empresa está dispuesta a mejorar sus computadores, máquinas de producción, e incluso darle capacitación técnica a sus empleados con objetivos concretos, pero, ¿cómo capacita a su gente para que sea más evolucionada, creativa, en otras palabras, adulta? No es fácil, ya que el empresariado de nuestro país no tiene experiencia en estos temas. Es un aspecto que aún no hemos abordado en el mundo empresarial, y cuando se ofrecen cursos al respecto, generalmente el enfoque es superficial. ¿Hay solución? Sí la hay, pero requiere de decisiones que no son las habituales.

Hemos estado basando nuestras decisiones desde el punto de vista de la adolescencia para tomar nuestras decisiones. Y esto nos ha servido, ya que no hemos necesitado funcionar como adultos. Ahora, con la integración de nuestro país en el llamado mundo industrializado, el Primer Mundo, las reglas del juego cambian radicalmente. ¿Y si alguien deseara quedarse de adolescente, tal como lo hizo el niño eterno, Peter Pan? Tiene todo el derecho, siempre que esté dispuesto a asumir las consecuencias, que algunos llaman números rojos, y otros, la quiebra económica de su empresa o institución. En otras palabras, las opciones son, renovarse o morir.

Históricamente, hemos ido de lo físico, mecánico, obvio, a lo sutil, suave, energético, en una transformación que se ha tardado décadas en aflorar, y ante la cual hay enormes resistencias, básicamente culturales, de mentalidad, al impedir y evitar el cambio, ya que implica una transformación a todos los niveles. Es otro enfoque de la vida, tanto de la realidad interior de cada persona como de su realidad circundante. Pero, no es algo exclusivamente individual, sino que también un cambio colectivo que dejará en el pasado muchas de las manifestaciones que ahora conocemos como lo habitual, lo correcto, lo adecuado. Estamos hablando de otro paradigma, de otro tipo de sociedad ante el cual no tenemos a quien imitar, ya que irá mas allá de lo que existe en Europa, Estados Unidos, y demás países industrializados. Será una versión nuestra de lo que son el desarrollo económico/tecnológico y la evolución humana.

En cuanto a la resistencia al cambio, equivale a seguir pensando, sintiendo, y actuando de acuerdo a los principios mecánicos con que muchos de nosotros crecimos, que son principios basados en el concepto de la máquina de escribir, cuando los tiempos nos muestran que estamos en el mundo de la energía, la que usamos de forma diaria en el mundo digital. Los tiempos cambian, pero el ser humano —que basa sus creencias en las costumbres— generalmente se queda en la realidad con que creció.

De allí que una buena parte de los profesionales mantengan los enfoques filosóficos y técnicos de su formación profesional, sean de la época que sean. Este era un lujo que nos podíamos permitir hace unas décadas, cuando cada industria tenía las cosas bien claras, las tecnologías cambiaban a paso de tortuga, y las fronteras le sellaban la competencia a los industriales extranjeros. Esa realidad pertenece al pasado, y con la integración de Chile al Primer Mundo, es un recuerdo que cada día verán con mayor añoranza aquellos que viven insertos en una realidad estática, inamovible, aparentemente imperecedera, que es el mundo de la máquina de escribir, mientras los pioneros —aquellos que cabalgan la cresta de la ola en el acontecer evolutivo— verán sus vidas personales y su realidad empresarial tomar nuevos rumbos que ni ellos mismos soñaron hace unos años, y que les darán todo tipo de beneficios en una multiplicidad de campos, entre los que se encuentran beneficios económicos que serán la consecuencia de haber promovido y sustentado el cambio constante del acontecer humano.