Revista Ya, El Mercurio 15 de abril del 2008
Cuerpo, mente, emociones
La Nueva Trilogía de la Medicina Alópata
Por Constanza Flores Leiva
Desde hace tres años, Beatriz Mallea (50) tiene lupus eritematoso sistémico, una enfermedad autoinmune que hace que sus defensas ataquen sus propios tejidos. Antes del diagnóstico, su vida transcurría más bien tranquila. Se había separado de su esposo hacía cuatro años, después de veintiuno de matrimonio, pero en un proceso sereno y civilizado. De hecho, aunque él se fue de la casa, continuaron trabajando en el mismo lugar y manteniendo una excelente relación junto a sus hijos, que hoy tienen 27, 25, 16 y 14 años. Pero la calma de Beatriz era más bien aparente, y ella recién lo comprendió cuando buscó ayuda en la psiconeuroinmunología (PNI) -también llamada psiconeuro-inmuno-endocrinología-, para recuperarse de su dolencia crónica.
Asustada por los efectos secundarios de los medicamentos -que por destruir sus propias defensas para protegerla, la dejaban más vulnerable a otras enfermedades- decidió ir más allá. Y así descubrió este nuevo campo de estudio e investigación de la medicina alopática.
Según los expertos, la PNI, donde médicos y sicólogos trabajan en conjunto en pro de aumentar la fortaleza del sistema inmunológico, va a las causas y se hace cargo de todos los aspectos de la persona: de lo físico, mental, intelectual y emocional. Si bien no hay estricto consenso, para ellos la situación emocional sería gravitante a la hora de desarrollar ciertas dolencias.
Quienes la conocen de cerca dicen que su enfoque es revolucionario porque, en vez de seguir el camino tradicional de la súper especialización, reúne a tres disciplinas distintas y revela las relaciones existentes entre los sistemas inmune, endocrino y nervioso. Afirman que la calidad de vida de los enfermos de cáncer, de los pacientes autoinmunes, de los asmáticos, de los depresivos, o de quienes han perdido la movilidad de sus extremidades, por ejemplo, mejora en forma ostensible tras un par de sesiones de PNI.
Si bien no todas las patologías se curan en un ciento por ciento, al menos se pueden controlar y reducir sus consecuencias negativas. «Cuando el tratamiento es sólo a nivel de cuerpo, tienes limitaciones porque estás trabajando con sólo un aspecto de la persona, pero el resto hace peso muerto. Por eso, cuando los incorporas todos, logras cosas que en teoría no deberían conseguirse», señala el sicólogo Vladimir Huber.
Gonzalo Rojas-May, sicólogo de la Clínica Las Condes, explica que a partir de la segunda mitad del siglo XX en nuestro país se decidió hacer la medicina estrictamente científica, donde todo tenía que ser demostrable. Esto, en desmedro de las variables sicológicas que dejaron de ser consideradas. «La medicina y la salud mental comenzaron a tratar órganos y no seres, porque teníamos una especie de chip de obligación para hacer ciencia y rechazábamos variables que nos resultaban más complicadas e inexplicables», afirma.
-Sin embargo, desde hace unos cinco años, ha habido una especie de apertura, tanto de los profesionales de la salud como de los pacientes. «Las enfermedades hoy están cada vez más relacionadas con áreas en las que las personas necesitan un apoyo más allá de los medicamentos. Requieren ser escuchados, porque además de enfermos, están estresados», señala la especialista en salud pública Sheril Rivera.
– Esto explicaría el boom de las terapias complementarias, de la medicina antroposófica y de la PNI misma, que rápidamente se ha desarrollado en las universidades de Chile y el mundo. En nuestro país, por ejemplo, el doctor Fernando Morgado está preparándose para encabezar un diplomado en Psiconeuroinmunología, y Gonzalo Rojas-May enseña estos postulados en la Universidad Andrés Bello, donde lidera el Magíster en Psicología Médica. «Hoy, la mayor parte de los pacientes reconoce que su estilo de vida y la forma en que enfrenta sus problemas influyen directamente en las patologías que los afligen y en la salud que gozan», afirma.
– Para los especialistas, su principal ventaja sería el hacerse cargo de la condición humana. Su objetivo no es eliminar el dolor ni el estrés en los pacientes, sino entregar las herramientas para que cada uno les haga frente y se fortalezca con ellos. «El foco se pone en la sanación», explica la doctora Sheril Rivera. «No tiene sentido ponerlo en la culpa. Hay que trabajar en lo que te llevó a eso y enseñarte cómo operan los mecanismos internos, para evitar que vuelva a pasar».
Culpa vs. responsabilidad
Cuando el matrimonio de Beatriz terminó, ella perdió el sentido de su vida porque hasta entonces, jamás se preguntó qué era lo que realmente quería. «Yo tenía que terminar mi vida junto a él porque eso era lo correcto. Entonces, podía pasar por miles de cosas malas y no me importaba, porque veía el matrimonio como una especie de sacerdocio que implicaba sacrificios. Siempre me postergué.
Primero estaba mi marido, después mis hijos.
Sentía que tenía que trabajar, funcionar con todas las guaguas y rendir -aunque me sintiera sobrepasada- porque eso era bueno, eso era digno y era mi rol de mujer», explica.
La conducta de Beatriz y su actitud frente a las dificultades estuvieron condicionadas por su alto sentido del deber, según los seguidores de la PNI. Eso, más antecedentes familiares, contribuyeron a que incubara una enfermedad autoinmune, una dolencia que, según los psiconeuroinmunólogos, tiene mucho que ver con el autocastigo. Pero un remezón la hizo cambiar.
En enero de 2005, su cuerpo se paralizó y sintió el dolor más grande que puede recordar. No era capaz de mover nada; ni los dedos, ni las piernas, ni siquiera la mandíbula. Cuando recobró la movilidad y pudo ir a un hospital, los exámenes revelaron la alteración en su sistema inmune propia del lupus. «Si nosotros producimos 100 defensas, yo producía 5000 y, además, estaban atacando mis propias células», cuenta.
El diagnóstico la asustó mucho. Como el lupus se gatilla de un momento a otro, podía perder algún órgano vital y por eso comenzó con la ingesta de fármacos. “Me sentí encerrada. Cuando te dicen: ‘eres crónica y te vas a morir así’, sientes que te atribuyen un montón de cosas externas, un montón de etiquetas que no sentía propias».
Producto de la cantidad de medicamentos, su cuerpo empezó a hincharse. «Me inflé, me cambió la cara y además del dolor, sentía mucho cansancio. Tenía la sensación de un cuerpo de viejita, y eso es a lo que más me costó acostumbrarme», explica. Al final, no tenía el control de su cuerpo ni veía bien, por eso tuvo muchas caídas y accidentes. Su calidad de vida fue en picada. Buscando algo que complementara el tratamiento tradicional llegó a la PNI.
En las primeras consultas, se impresionó con el método del sicólogo, porque lo primero que hacen los psiconeuroinmunólogos es mostrarle al paciente el grado de responsabilidad que han tenido en la génesis de su patología, remarcando la diferencia que existe entre ésta y la culpa. «Son dos cosas absolutamente distintas», explica Gonzalo Rojas-May. «Es la responsabilidad y no la culpa la que te hace cambiar las cosas. La culpa tiene que ver con la premeditación, el deseo de causar un daño determinado. Pero es inevitable que uno se haga daño. Equivocarse es parte de ser humano».
Las variables psiconeuroinmunológicas que causan una enfermedad no son tan claras como una bacteria o un virus. «Muchos de mis pacientes me han dicho: ‘siento que estoy poseído, que estoy haciendo algo mal y que es mi culpa lo que me está ocurriendo», comenta Rojas-May.
Beatriz comprendió, después de algunas sesiones, que debía cambiar su actitud para mejorarse, porque toda la presión que ejercía sobre sí al preocuparse de los otros, la hacían perder la tranquilidad y las energías que debía guardar para su propio bienestar. Ese fue su primer gran paso.
Los expertos coinciden en que el éxito de cualquier terapia depende de que el paciente reconozca que es parte activa de su recuperación y que de él depende revertir las circunstancias que lo enfermaron. La doctora Sheril Rivera afirma: «El paciente más apto para ser tratado con PNI es aquél que tiene ganas de mejorarse». Vladimir Huber agrega: «Tú necesitas confiar en ti para trabajar con este enfoque. Pero muchas veces, la gente prefiere tomar pastillas, buscar una solución externa, en vez de hacerse cargo de su vida».
Después de un año de tratamiento, Beatriz está bastante recuperada. «La terapia me ha servido mucho, pero he sido muy constante porque sanarme se transformó en mi nueva razón de vivir. La gente me dice: ‘pero si hoy el lupus es controlable con medicamentos’. Claro que es controlable, pero con drogas que también dañan. No me siento recuperada porque aún las estoy tomando y siento dolores de repente. Pero voy a seguir trabajando para que en los próximos exámenes no me aparezca nada y por fin pueda decir: ‘estoy sana’, indica.